CESAL comenzó hace más de 30 años la aventura de acompañar a personas en situación de vulnerabilidad en el mundo, para ayudar a que se conviertan en protagonistas de sus vidas, en el ámbito de la cooperación internacional para el desarrollo. El mismo deseo también nos movió en 2007 a comenzar a trabajar para facilitar y promover la integración de población inmigrante en España.
En el año 2017, asumimos un nuevo reto, el de acoger y colaborar en la integración de personas solicitantes de protección internacional y refugiados. Desde entonces hasta ahora, el Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social ha confiado en CESAL para desarrollar esta tarea con más de 200 personas, especialmente familias.
A través esta experiencia, hemos ido viviendo diferentes momentos personales que nos han trascendido, que nos han hecho caer en la cuenta de que no hablamos únicamente de vivienda temporal, atención social, formativa o laboral. Hablamos de relaciones personales y, como tal, hemos querido que otras personas fuesen partícipes de la riqueza de este encuentro.
Hemos acompañado a romper su frustración al poder comunicarse por primera vez en español, la sorpresa de poder experimentar la libertad y el choque cultural fruto de otras tradiciones y visiones de la vida. Nos hemos conmovido por la tristeza de personas que han dejado todo atrás, incluso de quienes han presenciado el asesinato de sus seres queridos, de perseguidos políticos, afectados por la guerra y tantos otros dramas.
Podemos decir que recorremos juntos el camino del miedo a la confianza. Celebramos cada palabra aprendida y cada entrevista de trabajo. Celebramos con gran alegría los cumpleaños, con gente que había perdido la seguridad de poder volver a celebrarlos, entendiendo, como nunca antes, que la vida no es algo que podamos dar por descontado.
Por todo esto, nos hemos dejado provocar por los encuentros con las personas que se nos han confiado para hacer parte de este nuevo camino en España. Hemos aprendido junto a ellos a conocernos más a nosotros mismos. Todo ello nos ha marcado profundamente, hasta el punto de poder decir que ya no somos los mismos de antes. Que al abrazar y ser abrazados hemos cambiado.
Ante la maldad y la fealdad de nuestro tiempo tenemos la tentación de abandonar nuestro sueño de libertad. Así, nos cerramos en nosotros mismos, en nuestras frágiles seguridades humanas, en el círculo de las personas amadas, en nuestra rutina tranquilizadora. Este repliegue en uno mismo, signo de derrota, acrecienta nuestro miedo de los ‘otros’, de los desconocidos, de los marginados, de los forasteros. Y esto se nota particularmente hoy en día frente a la llegada de migrantes y refugiados que llaman a nuestra puerta en busca de protección, seguridad y un futuro mejor. No es fácil entrar en la cultura que nos es ajena, ponernos en el lugar de personas tan diferentes a nosotros, comprender sus pensamientos y sus experiencias. Y así, a menudo, renunciamos al encuentro con el otro y levantamos barreras para defendernos. En cambio, estamos llamados a superar el miedo para abrirnos al encuentro
En una ocasión, tuvimos que afrontar la situación dramática de una familia y, ante este hecho, surgían diferentes opiniones y criterios. Me preguntaba si había algo que yo podía haber hecho de forma diferente. Mi compañera Layla llegó al despacho y compartí con ella estas inquietudes. Se paró y me preguntó: ¿hemos acogido a esta familia de la misma forma que lo hicimos cuando llegaron las primeras? Y me recordó la emoción que me invadía ante la llegada de las primeras personas: La ilusión de todo el equipo ante la espera de la primera familia, Guillomene y sus 5 hijos, o al ir a recoger a las 7 de la mañana al puerto de Málaga a Fathi. En esos momentos, me descubría llena de afecto por alguien a quien no conocía pero que esperaba invadida por la alegría. Esa era la respuesta a mi pregunta y lo que trato de no olvidar cada día: que lo que más deseo es esperar al que llega con esta conciencia de que el otro es siempre un bien