Olga parece un personaje de Chéjov o Tolstói. Es fácil imaginarla con blusa blanca de campesina, corpiño y falda…porque es una refugiada europea… ¡en el siglo XXI! Ha huido de Rusia, ya que Putin persigue a los testigos de Jehová como ella
Me llamo Olga, tengo 33 años y soy de Rusia. Los testigos de Jehová somos ilegales desde 2017 en mi país. Nuestros libros están prohibidos y se nos trata casi como a terroristas. El gobierno incauta nuestras propiedades y prohíbe que nos reunamos.
Resulta difícil explicar esto en un país libre, donde ahora me reúno con mi comunidad dos veces por semana, sin que nadie me critique ni obstaculice. Sencillamente, es imposible vivir en Rusia en estas condiciones. Por eso, mi marido y yo nos marchamos al exilio en condiciones penosas y con nuestros hijos pequeños, que han sufrido mucho.
Antes de partir, ahorramos cada céntimo. Comimos macarrones durante meses. Teníamos que elegir un país de destino para nuestro futuro y no sabíamos a dónde dirigirnos. Es difícil describir la angustia de tener que dejar todo atrás. Tu mundo, tu idioma, tu familia, tu madre viuda y verte en un aeropuerto con hijos, cuatro maletas y un carrito de bebé. Al llegar, no sabíamos ni a dónde ir.
Una vez en España recorrimos distintas instituciones hasta llegar al centro de acogida de refugiados de CESAL. Algunas de estas situaciones y los cambios drásticos de lugar fueron experiencias bastante traumáticas para nuestros hijos. Sin embargo, un año después, hablamos bastante español, ellos están escolarizados en un colegio público estupendo y disponemos de vivienda mientras buscamos trabajo para mantenernos.
Ha sido un gran esfuerzo, especialmente para mis hijos, pero no queremos volver a Rusia. España es nuestro hogar. No queremos volver a sufrir las detenciones, los registros, las falsas acusaciones. Queremos ser libres aunque nos haya costado dejar atrás una vida muy cómoda económicamente. Ni toda la riqueza del mundo vale lo que la libertad.
‘Detenciones, registros, acusaciones de que guardábamos folletos prohibidos en los cuartos de baño. Cuando tuvieron lugar las elecciones, nos interrogaron para saber a quién apoyábamos. En febrero, un tribunal condenó a la cárcel a un miembro de la comunidad al que se le confiscaron unos panfletos’. Olga, su marido y sus dos hijos redujeron la dieta a macarrones y ahorraron cada céntimo. Llegaron a Barajas con cuatro maletas y un carrito de bebé. Ahora, Iván ejerce de fontanero y ella, de cocinera. La gente se sorprende al ver listas de vocabulario español por las paredes de su casa, pero es que tienen prisa por aprender. Gracias a esta otra mujer europea recuerdo que soy libre para caminar por la calle, pensar distinto, orar a mi modo. Y estoy agradecida a Olga y su familia, a los testigos de Jehová, por hacerme sentir orgullosa de una sociedad que acoge al perseguido. A través de la conversación desaparece el miedo al inmigrante y aparece el rostro de una chica de novela. Y entonces todo es más amplio y mejor. Y empiezan a caber en el corazón personas de todas las razas