Muhammed lleva en su mano izquierda un anillo. Dice que fue el regalo que le hizo un gran amigo antes de partir desde Yemen hacia un destino incierto. No es el único cabo que este joven refugiado tuvo que dejar suelto al huir precipitadamente de su país por las amenazas que se cernían sobre su familia. Ha dejado padres, hermanas, hermanos, amigos y hasta su joven prometida, Tagreed, quien le pide que piense la manera de retomar su vida juntos
Soy Muhammed, de Saná, la capital de Yemen y tengo 29 años. Tengo cuatro hermanos y tres hermanas. Antes de la guerra llevábamos una vida normal, como la de cualquier familia. En 2014, los hutíes -una facción armada chií- tomaron la capital. Un día se llevaron a mi padre y le dijeron que, para demostrar su apoyo, tenía que entregarles a uno de sus hijos para que se enrolara con ellos.
Nos refugiamos en un pueblo de las montañas, pero no teníamos ni lo más básico para sobrevivir, así que tomé la decisión de dejar Yemen. El viaje fue muy largo y peligroso. Pasé por Egipto, Argelia y Marruecos. En Melilla enseñé mi pasaporte yemení y me derivaron como refugiado a Murcia y, después, a Madrid.
En el centro de CESAL somos como una familia. Aquí vivimos juntos refugiados de Ucrania, Venezuela, Siria, Colombia, Honduras y Yemen y lo compartimos todo. No me siento como alguien diferente; todos somos personas y aprendemos los unos de los otros.
Me gustaría volver a Yemen porque allí dejé a mi prometida, Tagreed, pero la situación es muy difícil en el país. Tenemos que aprender a convivir y a construir la paz. La razón de la guerra es que no somos capaces de aceptar a la gente que es diferente.
Cabos sueltos; hilos rotos por culpa de la guerra. Una guerra que, como todas las guerras, parte las vidas en dos, de manera drástica, implacable. Muhammed dejó en Yemen muchos cabos sueltos que sueña con volver a unir algún día. En su nueva vida, en Madrid, ha encontrado otros hilos: hilos de solidaridad, cuerdas de amistad sincera con gente a primera vista muy distinta pero que tiene el mismo corazón. Escuchando a Muhammed pienso que yo tampoco soy diferente de él. Tengo el mismo corazón, atado con cuerdas de amor a las personas que me quieren y a las que procuro querer torpemente. Pero cualquier fatídico día, una guerra inesperada, podría intentar deshilachar esos cabos